Al principio de nuestra relación le comenté al esposo que para mi era emocionante recibir flores en la oficina, porque además de que ahí es donde pasa uno la mayor parte del día, parte del atractivo de recibir las flores es que los demás se dan cuenta de que hay alguien especial en tu vida. Suena egocéntrico lo sé, pero aunque muchas no lo digan en voz alta, es la verdad. (En las películas, y hasta en la vida real, hay quienes se auto-envían flores con tal de aparentar algo). Y el esposo siempre me llevó/envió flores a la oficina en las ocasiones especiales.
Pero sucede que ahora prefiero disfrutar un regalo material que sufrir por tener que tirar al bote de basura las flores que en su momento me hicieron muy feliz. Por eso, desde hace un tiempo, le he tomado fotografías a todas y cada una de las flores que el esposo me ha dado. Y sí, me pone triste tener que deshacerme de ellas después.
Las flores de la boda por ejemplo, me hicieron muy, muy feliz! Los arreglos eran exactamente como los había soñado. Pero al finalizar la noche me di a la tarea de tomar los centros de mesa y juntar todas las rosas que pude y repartí ramilletes entre las pocas amigas y familiares que aún quedaban en el salón. Yo me quedé con alrededor de cuarenta.
Afortunadamente el esposo sabe de esta dualidad alegría/tristeza que las flores me provocan, así que ya no me las obsequia tan seguido.
De vez en cuando me sorprende con una película o serie de mis favoritas ¡y eso me causa una emoción que nunca se va a morir!