Corría el año de 1990 (o tal vez 91, no recuerdo exactamente), y yo estaba muy emocionada porque tenía boletos para ver a Michael Bolton. Había viajado desde Coatzacoalcos a la Ciudad de México y este concierto marcaba el inicio de mis vacaciones. Disfrutaríamos el concierto mi mamá, mi prima Gabriela y yo. Pero yo era la más emocionada.
Sí, lo confieso: me encantaba Michael Bolton.
Sí, con su
mullet y todo. No me importaba su cabello (además en ese entonces estaba de moda), me fascinaba su voz tan romántica.
Ya lista para ir al concierto y mientras mi mamá se terminaba de arreglar, decidí marcarle a un viejo amigo que había abandonado las suradas de Coatza para estudiar en el ITAM, para saludarlo. Después de los saludos de rigor, la pregunta obligada:
- ¿Y qué te trae al DF?
- (conteniendo un grito de emoción y tratando de sonar muy cool) Vine al concierto de Michael Bolton...!
(pausa)
-¿En serio?
- ("oh Dios, alguien más que criticará mi gusto por Michael") Sí , me gusta mucho cómo canta...
(otra pausa)
- Es que...
- ¿Qué? (además me gusta Phil Collins, ¿también eso te parece criticable?)
- Es que yo escuché que el concierto de Michael Bolton se había cancelado...
Mis gritos se escucharon hasta Chihuahua...
Ok, no es cierto. Pero si hubiera podido gritar a lo mejor sí.
Una llamada a Ticketmaster lo confirmó. El concierto se había pospuesto. Para mi mala suerte, se había movido a una fecha en la cual no podía regresar. Tuvimos que tramitar la devolución del dinero. Y antes de que alguien pregunte: no me enteré antes porque era una niña de provincia, que solamente leía los periódicos locales y aún no había descubierto internet.
Cuando Michael Bolton regresó a México en 2008, lo castigué con el látigo de mi desprecio.