Nunca había tenido tantas ganas de compartir algo.
Y creo que jamás me habían faltado palabras para hacerlo. En estos momentos no sé ni cómo empezar, porque sólo de acordarme la emoción me embarga.
Y lo que sucedió tiene que ver con mi post anterior. (
Si no lo han leído, vayan, aquí los espero).
¿Ya?
¿Recuerdan que por ahí mencioné una cruz que Jorge C. le regaló a Amaya?
Cuando se la dio, Jorge le dijo (
y de nuevo, estoy parafraseando):
-
Amaya, te voy a poner esta cruz cerca de tu corazón. Quiero que cierres los ojos y te concentres, y deposites todo tu amor en ella. Esta cruz será para tu hijo.
Alex cuenta que Amaya cerró los ojos y realmente hizo lo que Jorge le pidió. En verdad se imaginó depositando todo su amor en ella, pensando con fe que unos cuantos años más tarde (cuando tuviera edad para entenderlo), su hijo podría llevarla también cerca de su corazón.
Esa pequeña cruz de metal era un dije que estuvo cerca de Amaya a partir de ese momento y hasta el final. Y con *hasta el final* quiero decir: realmente hasta el final. Quienes nos acercamos a verla en la funeraria pudimos ver la pequeña cruz plateada colgando de su cuello en una cadenita brillante.
Alex habló con el personal de la funeraria y les dijo que antes de llevarse a Amaya para su cremación, era muy importante que le devolvieran esa cruz. El fulanito que lo atendió le aseguró que así sería, que se la entregaría en una bolsita. "¿Seguro?" preguntó mi hermano. "Seguro", respondió el fulanito.
El momento en que se llevaron el cuerpo de Amaya fue muy emotivo para todos. Amaya... nuestra "criticona incorregible" a quien no le gusta el chocolate, nuestra luchadora de las causas justas, nuestra viajera incansable, nuestro diccionario y corrector de estilo, nuestra impulsora de sueños... esa mujer, tan amada y admirada por tanta gente se fue entre aplausos de todos los que estábamos ahí. Recuerdo que nos "quebramos" y nos abrazamos muy fuerte.
Un minuto después, a un tío de Amaya se le ocurrió preguntarle a Alex: "¿Les dijiste de la cruz?". "Sí", dijo mi hermano "le recalqué al fulanito lo importante que era y me aseguró que me la iba a devolver". Prudente, su tío dijo: "De todas formas, voy a asegurarme de que así sea".
Seguro adivinaron lo que viene.
El tío regresó decepcionado.
El fulanito había olvidado su compromiso, y la cruz estaba en Amaya mientras estaba siendo cremada. El intento de su tío por parar el horno fue en vano. No se lo permitieron. El fulanito dijo que estaba "muy apenado" pero que no lo podía hacer.
Todos lamentamos esa pérdida. La verdad, para quienes sabíamos de la existencia de esa cruz, fue un momento muy triste. Yo hasta me quejé amargamente con el empleado que estaba atendiendo la cafetería. Él se lamentó por lo ocurrido, y disculpó a la empresa por no parar el horno. Culpó directamente al fulanito, porque él fue quien debió haberle dicho al operador del horno que debía quitarle esa cruz a mi cuñada. El papá de Amaya prometió hacer una cruz de madera para su nieto, como sustitución de la que se perdió en el horno por culpa del
tonto olvidadizo fulanito.
Algunos amigos y familiares de Amaya nos quedamos en la sala de velación esperando las cenizas, ya que nos habían dicho que tardarían algunas horas.
Y así fue.
Cuatro horas más tarde, apareció el fulanito en la puerta de la sala y le hizo señas a mi hermano. Éste se levantó rápidamente del sillón en el que estaba y se acercó, esperando recibir las cenizas de su esposa. Pero el fulanito no las traía.
En cambio, le entregó una pequeña cruz, algo ennegrecida.
Sí.
Esa cruz.
El fulanito le dijo a mi hermano que estaba tan apenado por lo sucedido, que cuando se apagó el horno se le ocurrió revisar entre los restos, y ahí apareció la cruz. No había rastro de la cadenita. No había rastro de la prótesis de fémur (metálica, por cierto) de mi cuñis.
Ahí, entre sus cenizas, sólo estaba la cruz.
"Está un poco oscura, se la puedo limpiar con Brasso", dijo el fulanito.
"¿Estás loco? ¡Ni madres!" pensó mi hermano, pero no lo dijo. Le contestó: "No es necesario, dámela así como está".
Y entre lágrimas, fue a contarle a la familia lo sucedido.
Los amigos que ahí estaban todavía, ya entrada la madrugada, esperando que recibiéramos las cenizas de Amaya, escucharon la historia y claramente vi cómo todas esas caras de dolor y cansancio se fueron transformando en sonrisas, y las lágrimas ahora eran cristalinas: de alegría.
Cuando al final nos despedimos, puedo asegurar que muchos llevábamos una sonrisa en el rostro. Una sonrisa @PorAmaya. Un calorcito en el corazón.
Cuñis: cuando nos despedimos te dije que iba a estar atenta a tus señales.
Jamás imaginé que serían tan contundentes.